La ruptura amorosa


Si hay un latido incesante en nuestras vidas es gracias al amor. Lo queramos o no, viviremos pérdidas: nos enamoramos y nos desenamoramos, rompemos y transformamos vínculos que nos sirven para nuestro crecimiento y desarrollo psico-afectivo-erótico.

Los vínculos amorosos, afectivos, eróticos, sexuales, espirituales forman parte de la socialización de la persona y contribuyen a nuestro bienestar o infelicidad.

El duelo se halla en lo más profundo del corazón, en el centro existencial y mental de la persona y no existe magia o encantamiento que lo pueda extraer de allí. Es mucho más que un sentimiento, es el (re) conocimiento de una pérdida valiosa. No hay nada que pueda borrar ese conocimiento.

Este conocimiento acompaña al doliente durante el resto de su vida como un susurro que no puede silenciar, más o menos perceptible según el momento, pero siempre relatando con melancolía lo que un día fue valioso.

En el umbral que atravesaremos, colindante con el conocimiento de la pérdida, anida la comprensión de que en nuestra vida ha existido precisamente algo valioso. Este entendimiento inmediatamente posterior a la irrupción de la tragedia alberga ya una semilla de consuelo.

Es bueno recordarlas y cerciorarse de que han existido.

Cuando aparece la idea de pareja, familia, maternidad, paternidad se atribuyen valores de pertenencia, nos acostumbramos a nuestros amores y los tratamos como si fueran propiedades sobre las que ostentamos un derecho.

Sólo cuando nos despedimos volvemos a ser conscientes de su singularidad.

Cuando más cariñosas hayan sido las relaciones amorosas, más feliz habrás sido con ellas y más amargamente tendrás que llorar ahora por le enorme motivo de satisfacción que tenías.

Al igual que el duelo, el amor no es un sentimiento puro. El amor verdadero no busca al compañero protector o estimulante, no quiere hijos que exhibir para el provecho propio, ni ansía elogio ni ternura para autosatisfacerse. El amor no requiere absolutamente nada, es soberano, porque la materia de la que está hecho es el sí modesto y sin condiciones a la persona amada, como una estrella fugaz que sale despedida de los fuegos artificiales. El amor es… un poder celestial.

Por todo ello es capaz de hacer lo que sea necesario; dejar ser el otro, dejarlo ir, no retenerlo, con lágrimas en los ojos si es necesario, pero con afecto sincero. El tiempo pasa y el amor permanece; los sentimientos se difuman y el amor permanece; la muerte deshace los compromisos y el amor permanece. Aquella parte fundamental de la relación mutua que era amor “sobrevive” incluso al fin de la relación.

El duelo tiene su sentido en el interior de la persona. El duelo por una persona a la que hemos querido y perdido hace que, de algún modo, perviva.

Cuando estamos dentro de esta experiencia de muerte y cambio como lo es la ruptura amorosa, las personas cercanas nos buscan motivar, en ocasiones desde sus propios temores y nos dicen “Oye Pablo así es la vida, ya pasará”, otras parecen basarse en estadísticas “Laura existen en el mundo más de 1000 millones de hombres ¿te das cuenta que te ahogas en vaso de agua?”.

Parece que tod@s entienden y a la vez nadie comprende este dolor, este vacío emocional que nos invade, entonces entendemos que acompañarnos en este momento representa una dificultad para las personas, era como si tampoco desearan vivirlo. Entonces decidimos vivirlo y transitarlo, hasta entender que no regresará más, sabremos que la/o seguiremos amando y que respetamos su decisión, será doloroso, SÍ… mucho y también merecemos estar bien.

Cuando el o la amada se va, salimos a mirar las estrellas para encontrarla/e entre ellas, algo racionalmente absurdo, pero muy esperanzador… aunque nunca le encontremos.

Pasará que una noche al mirar el cielo nos sorprenderemos porque entonces entenderemos que la noche sólo pertenece a quien la mira, a los enamorados, a quien se entrega a la noche con amor y se atreve a fundirse en su eterna oscuridad.

Así en la noche comprenderemos que lo que buscábamos no era a ella o él sino a mí, era la parte que perdí cuando nos despedimos, era mi capacidad de amar.

Aprendemos que a las personas que amamos necesitamos decírselos, que necesita ser en ese momento, en ese espacio, en esta vida, de nada nos sirve guardar esas emociones que siento por ellas o ellos.

Lo que nos hace más plenos es que cuando la vida nos ponga de frente a las personas que amamos les podremos decir lo importante que son para nosotras/os.

Por lo que necesitamos aprender a decir “Adiós” para que en el amanecer digamos “Hola”. Es necesario para transformar las relaciones amorosas y evitar hacer duelos eternos.

Así será, para que cada mañana nos levantemos a construir un mundo de posibilidades porque algún día ese despertar será acompañado.