Sexo, amor y felicidad


La abundancia de conductas y parejas sexuales no siempre va de la mano de sentimientos de placer y felicidad. De hecho, en su momento, nos llamó la atención al leer el libro de Catherine Millet la escasa referencia al placer que se vislumbra entre sus vivencias. Mucho follar, de todas formas y maneras, con cuanta más gente mejor, pero con ausencia de emociones. Y ya se ha dicho que el órgano sexual más importante es el cerebro, donde se encuentra el centro del placer y metafóricamente el corazón, si hablamos de emociones.

M. A. Martin
Los sentimientos de placer y felicidad son misteriosos también en lo que al sexo se refiere. Podríamos pensar que las personas promiscuas, físicamente atractivas, que tienen parejas sexuales a disposición para poder dar rienda suelta a sus fantasías, viven en el colmo de la felicidad sexual. Sin embargo, el ser humano es complejo. Basta pensar en el amor como fenómeno para darnos cuenta de que hay emociones que no controlamos, y que tienen muchísima importancia en la motivación de nuestros actos y en el grado de satisfacción que éstos nos proporcionan.

Albert Moll —pionero de la sexología, contemporáneo de Freud — propuso que la naturaleza sexual humana está constituida por dos componentes totalmente distintos: uno, impulsado hacia el placer genital. Otro, hacia la emoción amorosa, sin ir acompañada de deseo de descarga genital. Según Moll, el impulso sexual amoroso puede ser independiente no sólo de la atracción amorosa, sino de cualquier objeto sexual. La autoestimulación se puede dar como un acto solitario sin que ni siquiera medie un compañero imaginario. En este sentido, los impulsos –deseos sexuales, término hoy día utilizado con más frecuencia- no serían sociales. Según Moll, los chicos y las chicas pueden atraerse aun antes de que el impulso sexual llegue a dirigirse hacia otra persona y la autoestimulación se da en muchos machos, aun estando la hembra disponible. Nosotros añadiríamos que también en las hembras.

Esta postura, muy propia de la era victoriana, ensalzaba la emoción amorosa —el amor como algo sublime — y la distinguía y separaba del sexo, considerado un bajo instinto para controlar. Según este autor, el sexo no es selectivo, se mueve por el impulso y va dirigido su satisfacción; por lo que no importa tanto la persona con la que se practique, sino el acto en sí. Eso explicaría el fenómeno de la prostitución, donde lo que importa es el acto y la persona es secundaria. Mientras que en el amor, el sujeto amado es insustituible y exclusivo; se convierte en algo único: de ahí la dependencia que genera.

Ciertamente, la comunión del impulso sexual y la emoción amorosa es el culmen del amor-pasión, tan ensalzado en el cine y en nuestra literatura. Ligar la necesidad del sexo a la exclusividad amorosa supone un explosivo cóctel, que, si se resuelve bien, hará las delicias de los amantes que lo disfruten. Pero, si falta un ingrediente, la frustración y el sufrimiento están asegurados. Así es la vida, quien más se juega, más tiene que ganar… o que perder. La cuestión es que, la mayoría de las veces, tampoco se puede hacer mucho, los sentimientos como el amor, no se eligen, nos embargan.

¿Qué opinas del binomio amor-sexo? ¿Te parece que son ingredientes necesarios para la felicidad? ¿Sueles integrar el amor y el sexo en tus relaciones? ¿Qué crees que proporciona más felicidad, el amor o el sexo?